Uno de los rasgos de la globalización es producir donde es más eficiente hacerlo; allí donde los márgenes son mayores. La globalización es la combinación del comercio con la división del trabajo a una escala global. Y si la división del trabajo contribuye al crecimiento, su extensión por todo el globo es lo que ha permitido que en los últimos 80 años hayamos avanzado tanto. Hoy, la globalización está en entredicho, según el análisis que hizo Santiago Rubio de Casas en la Jornada sobre Gestión Patrimonial organizado por CEIM y la Fundación Numa.
FACTORES CONTRA LA GLOBALIZACIÓN
Esta desconfianza hacia la cooperación económica global lo demuestra la elección de Donald Trump para la presidencia de los Estados Unidos. Hay una parte del electorado que rechaza la globalización.

A ello se suman otros tres factores. La pandemia ha demostrado la fragilidad de las cadenas de producción. La guerra de Ucrania ha mellado la cooperación económica internacional. Por último, el presidente de China es más cercano a Mao que a Deng Xiaoping, y la respuesta que hemos seguido ante la amenaza china es la vuelta a la política industrial.
La clase media de los países ricos le ha vuelto la espalda a la globalización, y no le faltan razones para hacerlo. Si ordenamos la población mundial por nivel de ingresos, y comprobamos cómo han evolucionado esos ingresos en los últimos años, vemos que la clase media de los países pobres y los más ricos del mundo han progresado, mientras que la clase media de los países avanzados se ha estancado. Un gráfico sencillo que explica muchas cosas.

Hay otros elementos que contribuyen a tener una visión pesimista. El comercio mundial es un indicador adelantado de los beneficios futuros. Y el comercio está decayendo. Este es un momento más para pensar en preservar el capital.
ESTANCAMIENTO Y CAMBIO ESTRUCTURAL
Hay que sumar una observación que es ambivalente, porque constata un estancamiento, pero tiene in nuce la promesa de un cambio necesario. Rubio de Casas apunta que si miramos el S&P500 en términos reales, su gráfico es creciente en las últimas décadas. Pero ha habido períodos en los que experimenta un estancamiento. Éstos coinciden con procesos de cambio estructural. Y esto es exactamente lo que está pasando.
Los cambios estructurales suponen una crisis en el sentido original del término: una transformación profunda y de consecuencias de largo alcance. Ello supone dejar una parte de lo que se hace por el camino, pero abrazar nuevas formas de trabajar que son más adecuadas a las necesidades y posibilidades del momento.
UN AUMENTO DE LA PRODUCTIVIDAD
Por ejemplo, Caixabank prevé un aumento de la productividad. En el pasado, los aumentos en la productividad han venido asociados a un cambio tecnológico más un cambio en la forma de trabajar.

Así, la producción de electricidad no supuso un avance en la productividad hasta que un industrial, Henry Ford, no la aplicó en sus procesos productivos. Lo mismo ocurrió con los ordenadores. En un principio, esas grandes máquinas que perforaban fichas tenían una utilidad muy escasa. Pero el desarrollo del ordenador personal permitió hacer más productivo el trabajo. Llegar a ese punto llevó mucho tiempo.
Ahora somos testigos de cómo la inteligencia artificial ha encontrado herramientas accesibles a todo el mundo, y que ofrecen la posibilidad de mejorar algunas tareas. En el momento en que sepamos poner este avance tecnológico al servicio de nuevas formas de trabajar, lograremos un nuevo avance en la productividad.
Otra buena noticia es que los esfuerzos por realizar una política energética tendrán como efecto la entrada en un círculo virtuoso de innovación tecnológica en este ámbito, y una reducción de costes.
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